De mendigos a vendedores Por Muhammad Yunus Para LA NACION Jueves 8 de noviembre de 2007 Publicado en la Edición impresa
MALIBU, California
En opinión de muchos, el microcrédito sirve únicamente para los pobres con espíritu emprendedor, que, por lo demás, no abundan. “En el noventa por ciento de los casos no funcionará –dicen–. Los pobres no saben crear una empresa.”
Oírlos hablar así me enfurece. Se equivocan. De hecho, todos los seres humanos, sin excepción, son emprendedores por naturaleza. Si algunos son percibidos como tales y otros no, es porque la sociedad en que vivimos no ha ofrecido a todos la oportunidad de liberar esa capacidad. No obstante, ella existe. El Banco Grameen vivió esta experiencia muy temprano, con las mujeres.
Al principio, ellas decían: “Sólo deben ofrecer préstamos a mi marido. El maneja el dinero”. Creían carecer por completo de dotes empresariales. Hoy, nuestro banco tiene 7,5 millones de prestatarios propietarios; el 97 por ciento son mujeres. En nuestro directorio también predominan las mujeres pobres. (De paso, el Grameen tiene 27.000 empleados y 2500 sucursales.)
Liberar la capacidad emprendedora es algo así como explorar o perforar el suelo en busca de petróleo. Sabemos que el petróleo está allí. Sólo necesitamos ver cómo llegar hasta él y extraerlo. Puede que las primeras tentativas fracasen, pero, finalmente, llegaremos. Lo mismo sucede con la capacidad emprendedora. Es un regalo que llevamos adentro. Una vez reconocida su presencia, sólo nos resta desenvolverlo y usarlo.
La mejor demostración de este aserto es nuestra experiencia con los mendigos de Bangladesh. Si un hombre o una mujer ha optado por mendigar, es porque, en algún momento de su vida, las demás alternativas le fallaron. Lo único que puede hacer para alimentarse y alimentar a sus hijos es pedir limosna. Ese ir de puerta en puerta, con la esperanza de recibir alguna caridad, pronto se convierte en una rutina cotidiana.
Así pues, les dijimos a esos pordioseros: “Cuando salgan a mendigar, ¿por qué no llevan alguna mercancía para vender, algunos bizcochos, golosinas o juguetes para los niños? No es trabajo extra, ya que, después de todo, lo mismo pasarán por allí. Si no resulta, pueden seguir mendigando pero, al menos, conozcan esta otra alternativa. No tienen que depender de la caridad. Pueden ganarse la vida”.
En promedio, les prestamos entre 15 y 20 dólares para comprar su mercadería. Los irían pagando con sus ganancias. Hoy día, 100.000 mendigos participan en este programa. Jamás hemos dictado cursos de capacitación. Simplemente, les entregamos el dinero y les decimos que busquen por sí solos un producto de venta segura. Diez mil de ellos ya tienen una ocupación plena. Algunos son “mandaderos privados”, por así llamarlos.
En Bangladesh, a menudo, la mujer que queda sola en casa no puede ir al mercado. Si necesita fósforos para cocinar, debe pedirle al marido que se los traiga, pero él siempre se olvida (como todos los maridos). Entonces, cuando aparece el mendigo, el ama de casa le encarga el recado. Algunas hasta les entregan pequeñas listas de compras.
A los 90.000 restantes yo los definiría como pordioseros con dedicación parcial que, en su tiempo libre y a un ritmo que ellos mismos determinan, van saliendo de la mendicidad. Me gusta explicarlo así: “Están reestructurando su empresa. Están cerrando la División Mendicidad y organizando la División Ventas. Eso lleva tiempo”.
Ver cómo un mero préstamo de 20 dólares puede transformar la vida de un mendigo, ya sea hombre o mujer, de un modo tan impresionante es una experiencia extraordinaria. Cuando les pregunto cómo ha cambiado su vida, me responden: “Cuando mendigábamos, muchas veces la gente ni siquiera abría la puerta. Se limitaba a hablarnos por la ventana. Ahora que las familias saben que traemos algo, abren la puerta y sacan un banquillo para que nos sentemos. A veces, los chicos vienen corriendo a ver qué tenemos para vender”.
Estos nuevos empresarios no hablan de dinero, sino del respeto y el reconocimiento que ahora les manifiesta la gente. Han pasado de
la humillación de pedir limosna de puerta en puerta a ser vendedores dignos.
Por cierto, es una ganancia muy alta para el puñado de dólares invertidos.
© Nobel Laureates Plus y LA NACION (Traducción Zoraida J. Valcárcel) El autor es fundador del Banco Grameen en Bangladesh, recibió el Premio Nobel de la Paz en 2006. La nota es una adaptación de la charla que dio recientemente en la Universidad Pepperdine.