Punto de Vista, Le Monde, 12.06.09
Cambiar la relación del hombre con la naturaleza es sólo un comienzo por Edgar Morin
El triunfo Verde en Francia en las elecciones europeas no debe ser ni sobreestimado ni subestimado. No puede ser sobrestimado porque en parte es el resultado de la carencia del Partido Socialista, de la débil credibilidad del MoDem y de las pequeñas formaciones de izquierda. No puede ser sobreestimado porque es también un testimonio del progreso de la consciencia ecológica en nuestro país.
Sin embargo, lo que aún resulta insuficiente es la consciencia de la relación entre política y ecología. Con mucha certeza, Daniel Cohn-Bendit habla en nombre de una ecología política. Pero, no basta introducir la política en la ecología; es necesario también introducir la ecología en la política. En efecto, los problemas de la justicia, del Estado, de la igualdad, de las relaciones sociales escapan a la ecología. Una política que no englobaría la ecología seria mutilada, pero una política reducida a la ecología, sería también mutilada.
La ecología tienen el mérito de llevarnos a modificar nuestro pensamiento y nuestra acción sobre la naturaleza. Ciertamente, esta modificación se encuentra lejos de ser concluida. La visión de un universo de objetos que el hombre está destinado a manipular y a someter, no ha sido verdaderamente substituida por la visión de una naturaleza animada cuyas regulaciones y diversidades deben ser respetadas.
A la visión de un hombre “sobre-natural” no se ha substituido aún la visón de nuestra interdependencia compleja con el mundo vivo, cuya muerte significaría también nuestra muerte. La ecología política tiene además el mérito de llevarnos a modificar nuestro pensamiento y nuestra acción sobre la sociedad y sobre nosotros mismos.
En efecto, toda política ecológica tiene dos fases, una de ellas orientada hacia la naturaleza, otra hacia la sociedad. Así, la política que busca remplazar las energías fósiles contaminantes por energías limpias representa un aspecto de una política de salud, de higiene y de calidad de vida. La política de las economías de energía es también un aspecto de una política que evita las dilapidaciones luchando contra las intoxicaciones consumistas de las clases medias.
La política que intenta reducir la agricultura, y la ganadería industrial, descontaminando así las capas freáticas, desintoxicando la alimentación animal viciada de hormonas y antibióticos, la alimentación vegetal impregnada de pesticidas y herbicidas, sería al mismo tiempo una política de higiene y de salud pública, de calidad de alimentos y de calidad de vida. La política que busca descontaminar las ciudades, cercándolas de parqueaderos, desarrollando transportes públicos eléctricos, peatonizando los centros históricos, contribuiría altamente a una rehumanización de las ciudades, la cual además introduciría un mestizaje social suprimiendo los guetos sociales, incluso los guetos de lujo para privilegiados.
De hecho, en la segunda fase de la ecología política ya existe una parte económica y social (entre ella los grandes trabajos necesarios al desarrollo de una economía verde, como la construcción de parqueaderos alrededor de la ciudades).Pero hay también algo más profundo que aún no se encuentra en ningún programa político: la necesidad positiva de cambiar nuestras vidas, no únicamente en el sentido de la sobriedad, sino sobretodo en el sentido de la calidad y de la poesía de la vida.
Pero esta segunda fase no ha sido desarrollada aún suficientemente en la ecología política.
Primeramente, ésta aún no ha asimilado el segundo mensaje complementario formulado a la misma época que el mensaje ecológico. El mensaje de Ivan Illitch. Él había formulado una crítica original de nuestra civilización, mostrando cuanto un malestar psíquico acompañaba el progreso del bienestar material, como la sobre-especialización en la educación o de la medicina producía nuevas cegueras, y a que punto era necesario regenerar las relaciones humanas, en aquello que el llamaba la buena convivencia. Mientras el mensaje ecológico penetraba lentamente en la consciencia política, el mensaje illitchiano quedaba confinado a un segundo plano.
Las degradaciones del mundo exterior se volvían cada vez más visibles, mientras que las degradaciones psíquicas parecían resultar de la vida privada y permanecían invisibles a la conciencia política. El malestar psíquico se asociaba, y se asocia aún a medicinas, somníferos, antidepresivos, psicoterapias, psicoanálisis, gurús, pero no es percibido como un efecto de civilización.
El cálculo aplicado a todos los aspectos de la vida humana oculta lo que no puede ser calculado es decir, el sufrimiento, la felicidad, la alegría, el amor, en fin, lo que es importante en nuestras vidas y que parece extra-social, puramente personal. Todas las soluciones puestas a consideración son cuantitativas: crecimiento económico, crecimiento del PIB. ¿Cuándo entonces, la política tomará en consideración la inmensa necesidad de amor de la especie humana perdida en el cosmos?
Una política integradora de la ecología en el conjunto del problema humano afrontaría los problemas de los efectos negativos, cada vez más importantes con respecto a los efectos positivos del desarrollo de nuestra civilización, que incluyen la degradación de las solidaridades. Esto nos haría comprender que la instauración de nuevas solidaridades es un aspecto capital de una política de civilización.
La ecología política no deberá aislarse. Ella puede y debe anclarse en los principios políticos emancipadores que animaron las ideologías republicanas, socialistas, comunistas y que han irrigado la consciencia cívica del pueblo de izquierda en Francia. Así, la ecología política podrá entrar en una grande política regenerada y contribuir a su regeneración.
Una gran política regenerada se impone, más aún ahora cuando el Partido Socialista es incapaz de salir de su crisis. Él se encierra en una alternativa estéril entre dos remedios antagónicos. El primero es la modernización (es decir el alineamiento a soluciones tecno-liberales), mientras que la modernidad está en crisis en el mundo. El otro remedio, la izquierdización, es incapaz de formular un modelo de sociedad. El izquierdismo hoy en día sufre de un revolucionarismo privado de revolución. Denuncia la economía neoliberal y los desencantos del capitalismo pero es incapaz de enunciar una alternativa. El término “partido anticapitalista” revela esta carencia.
Si la ecología política lleva su verdad y sus insuficiencias, los partidos de izquierda llevan, cada uno, a su manera, sus verdades, sus errores, sus carencias. Todos deberían descomponerse para recomponerse en una fuerza política regenerada que podría abrir vías. La vía económica seria la de una economía plural. La vía social seria la de la regresión de desigualdades, de la des-burocratización de los organismos públicos y privados, de la instauración de solidaridades. La vía pedagógica sería la de una reforma cognitiva, que permitiría ligar los conocimientos, hoy más que nunca parcelados, a fin de tratar problemas fundamentales y globales de nuestro tiempo.
La vía existencial seria la de una reforma de vida, donde vendría a la consciencia lo que obscuramente es sentido por cada uno, que el amor y la comprensión son los bienes más preciados para un ser humano y que lo importante es vivir poéticamente es decir, en la plenitud de uno mismo, la comunión y el fervor.
Y si es cierto que el curso de nuestra civilización globalizada, conduce al abismo y que deberíamos cambiar de vía, todas estas vías nuevas deberían converger para constituir una grande vía que conduciría mejor que a una revolución, a una metamorfosis. Puesto que el sistema no es capaz de tratar sus problemas vitales, o se desintegra, o produce un meta-sistema más rico capaz de tratarlos: él se metamorfosea.
La inseparabilidad de la idea del camino reformador y de una metamorfosis permitiría conciliar la aspiración reformadora y la aspiración revolucionaria. Esta permitiría la resurrección de la esperanza sin la cual ninguna política de salvación es posible.
No estamos ni siquiera al comienzo de la regeneración política. Sin embargo, la ecología política podría iniciar y animar el comienzo de un comienzo.